En el amor, como en la vida, lo importante es latir. Latir por algo, latir por alguien. Cuando algo te conmueve sabe mejor. Aprecias más la belleza del lugar y añoras volver cuanto antes; cuando lates por alguien todo se multiplica, aún es mayor el anhelo de verla, el deseo de abrazarla, la añoranza, las ganas de volverla a ver. El deseo de avanzar el tiempo como si pudiera adelantar las saetas de un reloj es la metáfora perfecta que conjuga con esa ansiedad que sólo puedo calmar con las dudas del qué me pongo, cómo me visto para ella o qué canción le pongo en el coche. Ese es mi latido permanente, más diastólico que de ímpetu, muy cabal y reflexivo, pero sin quitarle un ápice de esa locura brava que me hace cada día quererla un poquito más. Y así estoy yo hoy, qué he quedado con ella después de cuatro días como cuatro océanos y lato, porque volverla a ver después de cuatro vidas me hace latir muchísimo.
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