20 marzo 2013

gota a gota, día a día



Tras su último revés y ya integrado en su situación de desempleada y con el objetivo de no sentirse un estorbo que se deja caer el ánimo a sus pies, procuró apretarse la agenda de quehaceres que le resultaran útiles en su vida, que le formaran como profesional,  sobretodo para no sentirse como un mueble más de su casa y se apuntó a varios cursos, iba a clases de varios tipos y así tenía cada día una excusa para salir de casa y sentirse útil, aunque no productiva económicamente. Mientras tanto esa responsabilidad recayó en su pareja que mantenía, por suerte en los tiempos que corren, su puesto laboral. 

Día tras día había cosas nuevas que hacer y que aprender, pero se daba cuenta que quizá sólo era para ella importante el esfuerzo por ser un sólido pilar que sólo atravesaba un túnel en el que los pasos que daba carecían de luz. Pronto se dio cuenta que lo que ella hacía parecía poco importante para su pareja, quizá porque no era recompensada por un sueldo o porque lo que él hacía era lo único importante que había en casa, por el simple hecho de que tenía un precio. Así días, semanas y varios meses, nunca era preguntada al llegar a casa por sus clases, por su lucha por conseguir un nuevo empleo o ni siquiera por cómo se encontraba de ánimo en ese transcurso amargo cuando sobretodo es infructuoso. El ego de su socio de vida la hacía sentirse cada día más frustrada e incomprendida, siempre tenía que esperar a tomar decisiones en función de las que él necesitaba tomar en función de cómo le fluctuaba la agenda o los arrebatos de campeón familiar, el nuevo título que sin pretenderlo se había ganado el, cada vez más, musculoso orgullo de su machito casero. Y mientras la triste caída de ella le hizo asumir que su papel no era valorado por más que hiciera por mantener limpia su dignidad personal, igual que el sillón es un estorbo cuando ya no te sientas en él.