10 julio 2009

cornadas


Mi tío Ximo es un apasionado aficionado taurino, pero un aficionado de verdad, de los que disfruta cada paso de un toro. De niño siempre vi, por descontado en la Primera cadena, con él los encierros de San Fermines (los pamploneses lo dicen en plural), que eran todo un ritual en nuestra casa de verano. Él me despertaba media hora antes, y yo me levantaba para sentarme junto a él y disfrutar de sus expresiones, emociones y exclamaciones cada vez que un cornúpeta zarandeaba a un corredor, cada vez que un bicho se daba la vuelta y se distraía golpeando a los mozos rezagados, en Mercaderes, Estafeta... Pamplona es un rito, un homenaje a la barbarie y al resbalón, un resbaladizo callejón hacia el miedo. Este año no podré compartir con Ximo esas mañanas frente al televisor, con el perro esperando a salir a la calle. San Fermines es la única semana al año en la que el perro de casa es secundario a primera hora de la mañana. Pero lo que más recuerdo y añoro es a esa hora ver al sol empezar el día descansando su reflejo en el horizonte del mar, los primeros olores de pescado y los ruidos del Catán, ese chiringuito de playa que resiste a las prohibiciones municipales cada año.
Xá quin bou Joaquín!

2 comentarios:

marian dijo...

"Xe Jon !! (esta vez si te digo eso de JON) me ha gustado mogollón lo que has escrito. Para sentirlo, hay que haberlo vivido y yo casi que te digo...que lo he sentido!! Precioso. Enhorabuena !!"

jose romero dijo...

Me ha gustado el artículo. Yo tb tengo mis recuerdos de infancia ligados a madrugones veraniegos delante de la tv viendo los San Fermines.